Faltan trescientas brazadas, faltan doscientas cincuenta, faltan doscientas, falta tan poco. María Inés Mato nada y, mientras nada, abre esos ojos con los que mira al mundo como para verlo entero, y abre las manos para acariciar toda el agua, y abre hasta el alma porque enfrente, por fin, de verdad, ahí nomás, palpa un sueño: el Promontorio Güemes la saluda. Ya está. Sí, ya está. Llega. De oeste a este y tras 164 minutos de pura humanidad, acaba de cruzar el estrecho de San Carlos. Acaba de nadar en las Islas Malvinas.Le quedaba por hacer eso y casi ninguna otra cosa que eso arriba de las olas a María Inés, argentina y nadadora, alguien que ya surcó el Canal de la Mancha, el Mar Báltico, el Canal de Beagle y hasta la mismísima Antártida, en un recorrido de años a través del que reivindicó al acto de nadar como una experiencia sensible que permite descubrir la vida. El desafío de Malvinas lo venía proyectando desde el 2001. Lo imaginó, lo analizó, lo practicó en muchos sitios, en especial de cara a la imponencia del glaciar Perito Moreno, en Santa Cruz. Y, al final, un viernes como no habrá otro viernes, el 21 de marzo, lo hizo.Fue de la isla occidental a la isla oriental. Fue con el agua en diez grados, la atmósfera en siete grados, las algas complicando la marcha, y las olas de un metro negándose a colaborar. Fue con una frase de su entrenador, Claudio Plit, habitándole los oídos: "Jamás vi un lugar así, acá hay aguas sobre aguas". Fue con un bote de apoyo en el que navegaba su equipo de trabajo y desde el que un flautista, Vicente Graciano, aportaba artes y calmas haciendo sonar la música de la película Cinema Paradiso. Fue, como ella dice, "de sorpresa en sorpresa", sintiendo en cada espuma y en cada marea que por allí había estado la historia y que, sobre todo y más que todo, había estado la guerra.Fue María Inés, además, con un hecho de asombros. Durante años, ejerció la meditación como ayuda para nadar y tuvo como herramienta a un cristal de cuarzo. En el camino a Malvinas, una noche soñó que ese cristal se le partía de dos; poco después, hizo un mal movimiento y el cristal realmente se partió en dos. El hecho viajó, entonces, del asombro a la emoción. Mato tomó una parte del cristal y la dejó en la isla donde largó su cruce, luego tomó la otra y la ubicó en la isla a la que llegó. "Lo hice como muestra de alegría y de confianza en el futuro", comenta mientras confiesa que muchas veces se preguntó por qué el deporte podía ser un recurso para la paz. Ahora encontró una respuesta: "Esta es una ofrenda de paz".En ese sur y en ese mar, entre una isla y la otra, brazada tras brazada, María Inés Mato hizo historia dentro de la historia. Sabe que es para siempre. Por algo las aguas de Malvinas le siguen mojando el corazón.
fuente: www.clarin.com
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