martes, 25 de marzo de 2008

24 de marzo de 1976

¿Qué hacer con el deporte en tiempos de horror? Para los militares golpistas del 24 de marzo de 1976 el deporte fue una prioridad. Sus primeros comunicados sólo prohibían. El número 23, en cambio, autorizó. Permitió la interrupción de la cadena nacional para trasmitir el partido amistoso que la selección de César Menotti le ganó 2-1 a Polonia en Chorzow. Y en una de las primeras reuniones de la Junta, el almirante Emilio Eduardo Massera convenció al general Jorge Rafael Videla de que Argentina debía asumir la organización del Mundial 78 porque, según le dijo, sólo costaría 70 millones de dólares. No los 700 millones que se gastaron finalmente.
Los dictadores argentinos no fueron originales. Hitler, igual que Videla, tampoco era un gran entusiasta del deporte. Su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, fue quien lo convenció para que confirmara que aceptaba la designación de Berlín como sede de los Juegos Olímpicos de 1936. La Alemania de Hitler y la Argentina de Videla fueron campeonas en casa. Y las imágenes de festejos populares aplastaron al menos momentáneamente las del dolor y la represión. Hitler supo qué hacer con el deporte. Y Videla también. Lo reflejaron todos los informes televisivos de estos días sobre el 32° aniversario del golpe, que mostraron a Videla, que casi jamás había ido antes a una cancha, saltando eufórico en el Estadio Monumental.
Pero más lo supo aún el ambicioso Massera. El almirante dejó que el Ejército impusiera al coronel Antonio Rodríguez como presidente del Comité Olímpico Argentino (COA). Pero él se adueñó del fútbol. Por las buenas y por las malas. Primero frenó la designación de Gregorio Trimarco (dirigente de Vélez y hermano del general Domingo Trimarco) como nuevo presidente de la AFA, donde impuso el nombre de Alfredo Cantilo. Y luego, según lo indican numerosos testimonios, Massera ordenó matar al general Omar Actis, horas antes de que éste se presentara ante la prensa internacional como presidente del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78). Muerto Actis, el EAM, creado por los militares para quedarse con el negocio del Mundial, sin rendiciones ni controles de cuentas, pasó a tener como nuevo hombre fuerte al almirante Carlos Lacoste. El fue el amo y señor del deporte durante los años de la dictadura: además del Mundial, Lacoste, ya fallecido, exigió a Ubaldo Fillol que cesara reclamos salariales en River Plate porque no era bueno que un trabajador lo hiciera, exigió al cabo sastre del Ejército, Próspero Cónsoli, presidente de Argentinos Juniors, que ordenara callarse a Diego Maradona y hasta intervino en las peleas entre Guillermo Vilas y José Luis Clerc en el equipo de Copa Davis.
"El Mundial comenzó siendo un hecho deportivo, pero terminó siendo un hecho político", admitiría Lacaste. La FIFA lo premió con el cargo de vicepresidente y lo invitó a todos los Mundiales. Su presidente, Joao Havelange, lo defendió inclusive ante la justicia argentina, ya en democracia, cuando un fiscal detectó que el marino había incrementado su patrimonio personal en un 441 por ciento. La FIFA no opuso ningún reparo al Mundial argentino, pese a que el propio Havelange sabía que a sólo setecientos metros del estadio de River, en la ESMA, funcionaba el principal de los 340 campos de concentración de la dictadura. Por allí pasaron unas cinco mil personas, algunas de las cuales fueron arrojadas vivas al Río de la Plata. La fiesta y el horror estuvieron tan cerca una de otro que, según testimonios, hubo presos con capucha y grilletes que escucharon e inclusive gritaron los goles de Mario Kempes y compañía.
"Esa pregunta me la hice muchas veces yo después. Cómo reaccionaría un torturador al escuchar nuestros goles por ejemplo, si se ?ablandaría? un poquito, porque estaría más contento porque Argentina ganó. Pero al mismo tiempo significaba más tiempo de permanencia en el poder para el gobierno, más tiempo de permanencia para el torturador?¿La respuesta? No, no la tuve". La reflexión pertenece a Osvaldo Ardiles, un ex estudiante de abogacía que creía que los argentinos eramos "derechos y humanos", como decían los militares y su prensa amiga. Un Ardiles que se indignaba cuando un periodista extranjero le preguntaba por la dictadura, pero que cuando se fue a jugar a Inglaterra y tomó dimensión del horror se afilió a Amnesty International. El fútbol que oprime o el fútbol que alivia. Pero siempre fugaz. Sólo algún militar ignorante pudo imaginarse que ese carnaval futbolero sería eterno. Que era sinónimo de legitimidad. Y que una pelota taparía todo y para siempre.
Una veintena de rugbiers del club La Plata, el atleta Miguel Sánchez, el tenista Daniel Schapira, la jugadora de hockey sobre césped Adriana Acosta y el futbolista Carlos Rivada, entre otros, desaparecieron tras el golpe del 24 de marzo. Algunos inclusive antes, cuando ya una Argentina armada jugaba con la muerte, aunque para muchos resulte más tranquilizador demonizar sólo a Videla y a sus secuaces. Pero el deporte, en realidad, siguió como si nada después del 24. Como lo hizo buena parte del país. Ganaban Carlos Monzón, Guillermo Vilas y Los Pumas. Y se gritó el Mundial 78. Gritaron los goles del Mundial el esposo de Hebe Bonafini y los familiares de Estela Carlotto, mientras ambas lloraban su dolor. La fiesta y el horror bajo un mismo techo. "El fútbol ?dijo una vez el sociólogo Horacio González- tiene algo de irremediable y fatal. Cuando dice ser revelador de ansiedades compartidas, oculta sentimientos ilegibles. Pero cuando se afirma que encubre grandes cuestiones, descubre las íntimas complejidades de una cultura". Podrá ocultar o descubrir. El fútbol, mucho más allá de los Videla, está incorporado a la memoria popular. Como deberían estarlo los 24 de marzo de 1976.

No hay comentarios.: