Por Marcelo Gantman (La Nación)
¿A qué se viaja a los Juegos Olímpicos? Pocos vienen a lo mismo y muchos encuentran lo que venían a buscar. Desde ese lado, si tantos encuentran un modo de satisfacción viniendo a Pekín o habiendo ido a Atenas, la pregunta sobra. Pero indagar sobre a qué se viene a un juego olímpico encierra una búsqueda sobre cuales son las intenciones que tiene un país en su área deportiva cuando envía una delegación a una competencia de esta magnitud. Puede haber deportistas sin que haya políticas deportivas, pero no hay políticas deportivas sin deportistas. ¿Qué irá primero?
Cada 4 años discutimos las mismas cosas. Y quizás debamos debatir en vez de discutir para que el intercambio produzca proyectos. Pero si eso no es posible a lo mejor tenemos que empezar a discutir cosas nuevas. ¿A qué viene un deportista a un juego olímpico? ¿Otros países, otros enviados especiales, se hacen la misma pregunta? Indagar sobre la cuestión es un desafío sobre todo cuando la Argentina, por segundo juego consecutivo, vuelve a conseguir al menos una medalla dorada.
Vivir el sueño olímpico es una expresión muy difundida bajo la cual conviven ambiciones, fantasías, errores, debuts, despedidas, ganas de conocer gente, cierres de ciclos, aperturas de otros y posibilidades de ganar medallas. Nadie se atreve a poner en consideración quiénes deberían y quiénes no experimentar el sueño olímpico. Los deseos son individuales y grupales, según sea el deporte y la vivencia es absolutamente personal. ¿Quién tiene autoridad para decir que alguien no debería participar en un Juego Olímpico y frustrar su sueño?
La reflexión excede la contingencia de los resultados, que tampoco están al margen del contexto de este acontecimiento: ganar y perder siguen siendo variables ineludibles del deporte. Todavía hay posibilidades de conseguir medallas en varios deportes como el fútbol, el básquetbol, el hockey y el yachting. La fresca medalla dorada de Juan Curuchet y Walter Pérez en la prueba Madison en ciclismo debe entrar en la contabilidad, como también la medalla de bronce en judo de Paula Pareto, lo mismo que el diploma conseguido por Julio Alsogaray con su séptimo lugar en Laser. Definir las razones que llevan a participar de un Juego Olímpico es un concepto previo al juicio que establecen los resultados.
Hay atletas que están decepcionados porque los futbolistas de la selección argentina no se alojan en la Villa. Querían fotos, autógrafos y gozar de la cercanía que dan los Juegos para poder ser fans con privilegios. Los futbolistas consideran a la Villa, donde ya estuvieron menos de 72 horas, como un lugar incómodo, sin las facilidades que puede tener un hotel full-full en Pekín donde hay alojamientos 7 estrellas.
El ejemplo muestra los límites débiles y difusos que encierra la pregunta inicial. A los Juegos Olímpicos no se viene a pedir autógrafos ni a fotografiarse con otros atletas como si esto fuera un parque temático de celebridades deportivas. En todo caso, eso forma parte de una serie de postales que arman el álbum completo de la competencia deportiva: entrenarse, competir, intentar ganar y hacerlo en un ámbito único e irrepetible, de absoluta comunión con deportistas del mismo país y de otros...
Cada 4 años discutimos las mismas cosas. Y quizás debamos debatir en vez de discutir para que el intercambio produzca proyectos. Pero si eso no es posible a lo mejor tenemos que empezar a discutir cosas nuevas. ¿A qué viene un deportista a un juego olímpico? ¿Otros países, otros enviados especiales, se hacen la misma pregunta? Indagar sobre la cuestión es un desafío sobre todo cuando la Argentina, por segundo juego consecutivo, vuelve a conseguir al menos una medalla dorada.
Vivir el sueño olímpico es una expresión muy difundida bajo la cual conviven ambiciones, fantasías, errores, debuts, despedidas, ganas de conocer gente, cierres de ciclos, aperturas de otros y posibilidades de ganar medallas. Nadie se atreve a poner en consideración quiénes deberían y quiénes no experimentar el sueño olímpico. Los deseos son individuales y grupales, según sea el deporte y la vivencia es absolutamente personal. ¿Quién tiene autoridad para decir que alguien no debería participar en un Juego Olímpico y frustrar su sueño?
La reflexión excede la contingencia de los resultados, que tampoco están al margen del contexto de este acontecimiento: ganar y perder siguen siendo variables ineludibles del deporte. Todavía hay posibilidades de conseguir medallas en varios deportes como el fútbol, el básquetbol, el hockey y el yachting. La fresca medalla dorada de Juan Curuchet y Walter Pérez en la prueba Madison en ciclismo debe entrar en la contabilidad, como también la medalla de bronce en judo de Paula Pareto, lo mismo que el diploma conseguido por Julio Alsogaray con su séptimo lugar en Laser. Definir las razones que llevan a participar de un Juego Olímpico es un concepto previo al juicio que establecen los resultados.
Hay atletas que están decepcionados porque los futbolistas de la selección argentina no se alojan en la Villa. Querían fotos, autógrafos y gozar de la cercanía que dan los Juegos para poder ser fans con privilegios. Los futbolistas consideran a la Villa, donde ya estuvieron menos de 72 horas, como un lugar incómodo, sin las facilidades que puede tener un hotel full-full en Pekín donde hay alojamientos 7 estrellas.
El ejemplo muestra los límites débiles y difusos que encierra la pregunta inicial. A los Juegos Olímpicos no se viene a pedir autógrafos ni a fotografiarse con otros atletas como si esto fuera un parque temático de celebridades deportivas. En todo caso, eso forma parte de una serie de postales que arman el álbum completo de la competencia deportiva: entrenarse, competir, intentar ganar y hacerlo en un ámbito único e irrepetible, de absoluta comunión con deportistas del mismo país y de otros...
Nota Completa: Diario La Nación http://blog-olimpico.lanacion.com.ar/?p=344
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